jueves, 9 de diciembre de 2010

La justicia por mano propia es un derecho


En estos últimos días, la noticia de la muerte de Don Alejo Garza Tamez ha circulado por todo el país. Don Alejo, un terrateniente de 77 años defendió su propiedad, el trabajo de su vida, hasta la muerte con un valor y coraje insuperables, llevándose por delante a cuatro sicarios e hiriendo gravemente a otros dos. Se trata de una persona que no se dejó amedrentar por un grupo de sicarios que exigieron les entregara control de su propiedad y que, al igual que muchos, murió en el camino.

La historia por sí misma es simplemente sorprendente. Don Alejo, al más puro estilo del Salvaje Oeste, pidió a sus empleados que lo dejaran sólo, se atrincheró en su propiedad y preparó sus armas y municiones, como listo para defender una pequeña ciudad sitiada. Pero los detalles y acciones posteriores levantan dudas y críticas; y nos dejan con una profunda tristeza pero en lo personal, con un poquito de esperanza. ¿Por qué esperanza? Porque mientras existan más personas como don Alejo en este país, no todo está perdido.

Son muchos los sentimientos que produce esta noticia:

Coraje. ¿Cómo es posible que alguien, simplemente porque tiene un arma de largo calibre y varias personas tras de él, pida a un ciudadano honesto que le entregue el fruto de su trabajo? Me parece simplemente increíble que un país cuyos migrantes mueren año con año intentando conseguir un mejor empleo, aún haya gente que intente enriquecerse a costa de otros de una forma tan descarada.

Orgullo. Don Alejo, pudiendo haber entregado su propiedad y librarse de mayores problemas, decidió actuar. No sabemos que pasaba por su mente exactamente, pero es evidente que el hartazgo y el enojo pudieron más que el miedo. En la actualidad no son pocos los casos de ciudadanos que toman justicia por su propia mano. Pero el caso de Don Alejo resalta porque a diferencia de cualquier linchamiento, él estaba sólo. Sus acciones lo prueban: aún quedan mexicanos valientes.

Decepción. ¿Por qué Don Alejo no llamó a la policía, al ejército, a alguna autoridad? Vamos, a fin de cuentas tenía 24 horas para conseguir toda la ayuda que pudiera… Por desconfianza. Porque los mexicanos ya dudamos de la capacidad de nuestras autoridades para protegernos, así como de su lealtad e incorruptibilidad. Porque ahora sabemos que ellos tampoco son invencibles.

¿Qué podemos rescatar de esta historia? Primero, el alto grado al que ha llegado la ingobernabilidad en los estados fronterizos es un reflejo más de que algo no funciona con la estrategia de seguridad. Segundo, Don Alejo, por lo visto, no confió en las autoridades. Entonces, ¿por qué no invertir más en programas de certificación y control de confianza? Una población que confía en sus cuerpos policiales y soldados es más propensa a cooperar en investigaciones del ámbito penal. Y tercero, los mexicanos somos valientes, cuidamos lo que más amamos y defendemos nuestros ideales a capa y espada. Ese capital humano tan impresionante puede ser utilizado en proyectos de participación ciudadana en las áreas de denuncia y prevención del delito.

Cuando la delincuencia no puede ser combatida eficientemente por las instituciones estatales que les corresponde hacerlo, la desesperación ciudadana puede llevar a la gente a pensar en hacer justicia por su propia mano. Esto es lo que ha comenzado a suceder en México.

El anterior caso no es el único, a menudo encontramos en las noticias de ciudadanos que deciden enfrentar la delincuencia por “sus pistolas”. Esto ante la incapacidad de las instituciones del Estado de enfrentar este problema que se nos agrava.

En todos estos casos encontramos un denominador común. Los costos son altísimos. Como solemos decir, la medicina resulta peor que la enfermedad. Casi siempre el ciudadano que enfrenta al delincuente resulta herido o muerto, en otros casos el número de víctimas aumenta.

Esto tiene una explicación lógica. Los ciudadanos no son expertos en el combate a la delincuencia, muchas veces no saben ni manejar el arma que cargan. Los delincuentes son “profesionales” y van decididos a todo cuando delinquen. Muchas veces hay otro delincuente que sin que se vea cubriendo las espaldas del asaltante.

Pero todo esto se presenta como consecuencia de la desesperación en que hemos caído ante el auge delincuencial. Los ciudadanos nos sentimos impotentes y por ello muchos deciden enfrentarlos y hacer justicia por su propia mano. Los resultados son desastrosos. Con esto no se pretende justificar nada, simplemente se busca una explicación de estos hechos, que terminan enlutándonos más.

En otros países ha habido linchamientos populares de delincuentes, en algunos casos han linchados a personas inocentes simplemente por no ser del lugar o tener un aspecto sospechoso. Simplemente por estar en el lugar y a la hora equivocados.

Cuando este fenómeno se generaliza, la sociedad entra en un peligroso proceso de descomposición. El Estado de Derecho desaparece. El país se puede volver ingobernable. La inseguridad aumenta en lugar de disminuir. Todos perdemos.

Por ello es urgente cambiar la situación y son las autoridades las que tienen la palabra y la acción. Ya que esta situación está degenerando por su incapacidad.

Tomar la justicia por nuestras manos es la forma más cara de combatir la delincuencia, tan cara que nos puede costar la vida. Tan cara que nos puede costar la más severa descomposición social y económica de la cual no saldremos tan fácilmente. Tan cara que simplemente no podemos pagarla, ni como personas ni como país.

La justicia por mano propia es un derecho que tiene el ciudadano de bien cuando se ve echado a su propia suerte por la autoridades competentes en ese asunto, si sale bien, si sale mal, o si sale peor son solo circunstancias del momento, todos debemos defendernos a nosotros, a nuestros seres queridos y a nuestras adquisiciones materiales que esfuerzo nos ha costado conseguir

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