lunes, 15 de noviembre de 2010

¿Qué significado tiene la Revolución Mexicana?


Este 20 de noviembre nos encontramos, de nuevo, frente a la Revolución Mexicana o, para ser más exactos, frente a su memoria, puesto que el gran acontecimiento político que marcó al grueso del Siglo XX mexicano hace tiempo que dejó de tener vitalidad y hoy es, básicamente, recuerdo y, sobre todo, herencia. En efecto, los grandes temas que hoy constituyen la agenda política de nuestro país están planteados y se desarrollan no como prolongación del gran movimiento político, social, económico y cultural que cimbró a la nación entre 1911 y 1916, sino, en parte, como una reacción contra la herencia que dejó ese movimiento.

¿Qué significado tiene la Revolución Mexicana? La respuesta es contradictoria. Por un lado, la "revolución ideal" -el espíritu que la animó- aún puede ser fuente de inspiración, Sin embargo, por otro lado, no se puede negar que la "revolución real", la que realmente ocurrió y no la imaginada ni la del discurso, resultó ser, en mayor o menor medida, una de las causas de los problemas mal resueltos o simplemente no resueltos, a los que nos enfrentamos hoy y que hacen de la vida colectiva mexicana una experiencia llena de frustraciones y peligros.

El cambio de régimen.- En 1910, la rebelión encabezada por Francisco I. Madero fue un llamado al sentido de la dignidad de los mexicanos para poner fin a un sistema político antidemocrático, cerrado, oligárquico, humillante, donde sólo los pocos podían "hacer política", y siempre en beneficio propio o del pequeño grupo al que pertenecían.

La violencia que se inició en 1910 fue el recurso ciudadano de última instancia para confrontar una situación donde el discurso oficial hacía constantes referencias a los grandes valores que guiaban la conducta del presidente Díaz y su gobierno, pero donde en realidad dominaba lo contrario: falta de respeto a los derechos individuales -su vigencia dependía de las circunstancias-, nula efectividad del voto -no había ciudadanos, sólo súbditos- y una corrupción y abuso del poder sistemáticos.

El levantamiento contra Díaz se hizo en nombre de los principios democráticos y morales contenidos en las constituciones del Siglo XIX y nunca aplicados. Sin embargo, una vez que el nuevo régimen se institucionalizó, no fue la democracia ni la ética las que emergieron, sino un régimen autoritario más refinado que el del pasado: menos personalizado, más eficaz e igualmente corrupto. El lugar que una vez ocupara un dictador benévolo le fue entregado a un partido de Estado y a una Presidencia sin otro límite que la no reelección, condición necesaria para institucionalizar la renovación y evitar la esclerosis que había acabado con el porfiriato.

El fracaso de la Revolución como movimiento democrático ha hecho necesario, desde hace tiempo, que una buena parte de la energía colectiva de México se gaste no en tareas constructivas, sino en superar los obstáculos que los intereses creados han puesto para evitar que se haga realidad la demanda que hace 100 años se plasmó en el Plan de San Luis, que el sufragio sea efectivamente la fuente inicial e imprescindible de la autoridad.

La Revolución nunca se propuso realmente rescatar la independencia del Poder Judicial. La procuración de justicia del nuevo régimen fue un proceso enteramente subordinado a las consideraciones políticas de la Presidencia, y esa institución tampoco permitió que los jueces marcharan por el camino de la autonomía. No tuvo que invertir mucho esfuerzo para lograrlo, pues la ausencia de un auténtico Poder Legislativo evitó que la independencia de la Suprema Corte tuviera una base política y social.

Nacionalismo y globalidad.- El nacionalismo fue una de las grandes fuerzas que impulsaron la Revolución Mexicana. Fue ese un nacionalismo que se enfrentó a las potencias europeas, pero, sobre todo, a Estados Unidos. Hoy, el signo de los tiempos es la globalidad, la apertura de los mercados, la universalidad de los valores y la cultura. El nacionalismo revolucionario, que siempre fue más radical en el discurso que en la realidad, es hoy visto por las elites políticas y económicas como una reliquia y un obstáculo para ganar el futuro, futuro que en buena medida pasa por la integración de nuestra economía a la de Estados Unidos.

Del nacionalismo económico revolucionario casi lo único que queda es la defensa de Pemex, pero es una tarea que se dificulta por la historia de corrupción en gran escala de la empresa paraestatal. Hace tiempo que el nacionalismo político, basado en el principio de no intervención, terminó por ser casi la defensa de la clase política mexicana frente a las críticas y el escrutinio del exterior. Sin embargo, valores globales como la democracia, los derechos humanos o la defensa del medio ambiente, ya no retroceden ante la invocación de la soberanía y la autodeterminación, pantallas una Revolución Mexicana más generosa y exitosa de lo que en realidad era.

La justicia social.- El grito más profundo y ético que lanzó la Revolución no fue el de "sufragio efectivo y no reelección", sino el de "Tierra y Libertad", es decir, justicia social y dignidad. Ese fue el sentido histórico de fondo del movimiento revolucionario: la demanda de poner fin a la herencia de una sociedad conquistada, explotada, discriminada y humillada desde el siglo XVI. Ese fue, y sigue siendo, el corazón del huracán político que azotó México de 1910 a 1920; esa fue y es la justificación, si es que finalmente la tiene, de la terrible violencia que entonces se desató sobre México.

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